Deseo, Entrega y Aniquilación: La Erótica Oscura de Nosferatu
- 24 feb
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Actualizado: 25 feb
El vampiro en la literatura y el cine ha sido desde siempre una metáfora de los deseos ocultos, la seducción y la transgresión. En Nosferatu, el Conde Orlok no es sólo un ser monstruoso en apariencia, sino la encarnación del deseo que devora, que se consume a sí mismo y que, como toda pasión desbordada, lleva inevitablemente a la muerte.

El vampiro en la literatura y el cine ha sido desde siempre una metáfora de los deseos ocultos, la seducción y la transgresión. En Nosferatu, el Conde Orlok no es solo un ser monstruoso en apariencia, sino la encarnación del deseo que devora, que se consume a sí mismo y que, como toda pasión desbordada, lleva inevitablemente a la muerte.
Desde una perspectiva psicoanalítica, Carl Jung podría haber visto en Orlok la manifestación de la sombra, aquello reprimido que se oculta en el inconsciente y que, cuando se desata, lo hace con una fuerza incontrolable. Sigmund Freud, por su parte, podría haber interpretado la relación entre Ellen y el vampiro como una expresión de las pulsiones de Eros y Tánatos: el amor y la muerte entrelazados en un acto de entrega total. En la figura de Orlok, se encierra el temor y la fascinación por lo prohibido, por aquello que nos atrae y al mismo tiempo nos condena. Ellen, por su parte, encarna la lucha interna entre la resistencia y la rendición, entre el deber y el deseo.
La mirada de los sexólogos como Esther Perel y Camille Paglia nos llevaría a comprender a Orlok no solo como un depredador, sino como el paradigma de la seducción oscura. La sexualidad y el peligro han ido siempre de la mano en la narrativa erótica, y en este caso, la relación entre Ellen y Orlok se sitúa en un punto intermedio entre la fascinación y el horror. Ellen no es una víctima pasiva, sino una mujer que, consciente de las consecuencias, decide entregarse. Su deseo no es inconsciente ni puramente instintivo; ella elige sucumbir ante la oscuridad, como si encontrara en ese abismo una verdad que la vida ordinaria no le ofrece. Orlok, a pesar de su monstruosidad, no la toma por la fuerza: su deseo de poseerla solo se consuma con su entrega voluntaria. Esta entrega, lejos de ser un simple sometimiento, se convierte en una ceremonia, en un ritual que trasciende la carne para convertirse en un pacto de aniquilación mutua.
Si Nosferatu representa el deseo en su forma más cruda—voraz, destructiva y trágicamente insaciable—, podemos diseccionarlo desde Múltiples perspectivas filosóficas, psicoanalíticas y literarias.
¿Qué nos dirían los libres pensadores, escritores y analistas como Freud o Jung, respecto a la trágica realidad de vida o muerte, del Conde Orlok?
1. Sigmund Freud – El deseo reprimido y la pulsión de muerte
Freud vería en Nosferatu la manifestación del "Ello", el instinto primitivo que busca satisfacer su hambre sin importar las consecuencias. Es la pulsión sexual fusionada con la pulsión de muerte (Eros y Tánatos), donde el deseo no se consume en el placer, sino en la aniquilación. La mordida del vampiro es una metáfora de la penetración, pero también de la absorción total del otro.
2. Carl Jung – El vampiro como arquetipo de la sombra
Para Jung, Nosferatu encarna la sombra, lo reprimido en el inconsciente colectivo. Es la bestia que habita en nuestro interior, la parte oscura que nos aterra, pero que, a la vez, nos seduce. La figura del vampiro en los sueños puede representar un deseo oculto por la sumisión o el poder, por el control absoluto sobre el otro o la entrega total.
3. Georges Bataille – Erotismo y transgresión
Nosferatu es la transgresión absoluta, el erotismo que solo existe en el límite entre la vida y la muerte. Para Bataille, el deseo no es placentero en sí mismo, sino una forma de violencia, de aniquilación. En su mundo, el vampiro no es solo un depredador, sino un amante extremo que convierte el acto de amar en una condena.
4. Jacques Lacan – El deseo como falta inalcanzable
Nosferatu no solo desea, sino que está condenado a desear eternamente sin satisfacción. Para Lacan, el deseo nunca puede ser colmado porque siempre está ligado a una falta. El vampiro es el amante ideal, pero también el más trágico: puede poseer cuerpos, pero jamás almas, jamás la esencia del otro. Su amor es un hambre perpetua.
5. Michel Foucault – Poder y deseo en Nosferatu
El vampiro no solo encarna el deseo, sino el control. Para Foucault, el poder y el deseo están entrelazados; Nosferatu representa una estructura donde el dominador (el vampiro) se alimenta del sometido (su víctima). Pero la víctima no es pasiva: en algún nivel, participa en su propia rendición, en su transformación en parte de ese sistema de poder.
6. Jean Baudrillard – Nosferatu y la simulación del deseo
Baudrillard vería en Nosferatu el simulacro del amor: una relación donde el contacto es físico, pero la conexión es imposible. En la sociedad del espectáculo, Nosferatu representa la imposibilidad de un deseo auténtico, pues todo se convierte en imagen, en ritual vacío. Su beso es solo una repetición de lo que el deseo debería ser, pero nunca es.
7. Camille Paglia – El vampiro como icono de la sexualidad prohibida
Paglia interpretaría a Nosferatu como un símbolo de la sexualidad no normativa, del deseo que desafiaba los modelos tradicionales. Su fijación por Ellen no es solo una atracción romántica, sino una obsesión por lo inalcanzable, una dinámica de poder donde la mujer oscila entre la víctima y la seductora, entre lo que teme y lo que anhela.
8. Anaïs Nin – Nosferatu y la erótica de la entrega
Anaïs Nin vería en Nosferatu el arquetipo del amante imposible, de la entrega total llevada al extremo. Para ella, la mordida no es solo una agresión, sino un acto de unión absoluta, donde el deseo se vuelve tan intenso que anula la identidad del otro. La relación entre Ellen y Nosferatu es la metáfora perfecta de un amor donde ser poseído es sinónimo de ser consumido.
9. Slavoj Žižek – El vampiro como metáfora del capitalismo y el deseo insaciable
Žižek podría analizar a Nosferatu como la representación del capitalismo tardío, donde el deseo es constantemente explotado pero nunca satisfecho. Nosferatu, como el sistema en el que vivimos, se alimenta de los cuerpos, de la energía de los otros, pero nunca se llena. La pasión se convierte en una economía del vacío.
La Metáfora Final: Deseo, Consumo y Muerte
La escena final de Nosferatu es el punto culminante de esta erótica oscura. La sombra de Orlok deja de ser etérea para materializarse en algo tangible: así es el deseo en su estado primario, naciendo en lo intangible hasta convertirse en una realidad que se puede tocar. Se manifiesta primero como una obsesión silenciosa, una presencia que acecha en la distancia, que despierta el anhelo antes de tomar forma. Pero Orlok, a diferencia de otros depredadores, no impone su deseo por la fuerza. Su sed de Ellen necesita la voluntad de ella para completarse; de lo contrario, la entrega carecería de autenticidad y, por ende, de poder absoluto. Solo en la aceptación mutua el deseo cobra su verdadero sentido.
Antes de poseerla, Orlok la santifica con un ritual en un lenguaje antiguo, una unificación que podría interpretarse como la consagración de un amor imposible. El acto es más que un simple encuentro físico: es la materialización de una atracción que trasciende el tiempo y la razón. En ese instante, el vampiro intenta contenerse, muestra su lado más civilizado, su último intento de apegarse a una humanidad que hace mucho dejó atrás. Pero la contención es solo una pausa efímera en el flujo del deseo, porque cuando la pasión se desata, lo que parecía un beso apasionado se convierte en un acto de succión total, donde la pasión no solo consume la carne, sino también el alma. Es un acto de posesión y entrega simultáneo, donde ambos cuerpos se funden en un éxtasis que roza lo sagrado y lo profano.
La cama se convierte en el último altar. Orlok y Ellen consuman su unión, y el frenesí de la pasión le hace perder al vampiro la noción del tiempo. El alba está por llegar, pero Ellen lo retiene con un "más, más" que simboliza la insaciabilidad del deseo sin control. Ella, que hasta entonces parecía una víctima, se convierte en la instigadora del desenlace fatal. Su entrega no es solo física, es absoluta. Orlok, cegado por el placer, sucumbe al llamado del deseo sin medir las consecuencias, y la consecuencia es fatal: la luz del sol lo destruye. Y así, en el lecho yacen dos seres consumidos: uno bello, otro horripilante, pero ambos devorados por la misma fuerza incontrolable, "El Deseo".
El final es la representación más fidedigna de lo que ocurre cuando el deseo se vuelve incontrolable: una pasión desbordada que devora, que arrastra hasta la aniquilación y ante aquello, lo único que queda son las cenizas, cuyo significado, es un recordatorio de que el deseo sin medida no deja nada tras de sí, más que el vacío de lo que alguna vez fuimos.
Por, Adrian Thomas.
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