El 9 de agosto, en plena campaña electoral ecuatoriana, mataron al candidato a la presidencia Fernando Villavicencio. Ese día también se terminaron-de cierta forma- 30 años de periodismo de Christian Zurita.
"Yo era un periodista neto, hasta el día de su muerte", le dice a BBC Mundo el hombre que asumió la candidatura vacante tras el asesinato de su amigo.
Aunque era parte de la campaña desde la asesoría, Zurita no pensaba en una carrera política, a diferencia de Villavicencio, quien en 2021 había asumido un nuevo rol como asambleísta y ahora buscaba la presidencia del país.
Ambos habían entablado una relación de periodista-fuente a comienzos de siglo, que luego se transformó en un vínculo de colegas y más tarde en una amistad.
"Es una relación muy antigua, que empezó a forjarse cuando yo estaba en un canal de televisión y él trabajaba como parte del sindicato de Petroecuador, la empresa petrolera estatal ecuatoriana, y siempre tenía información muy buena de primera mano, que era de interés público".
La investigación periodística los hizo coincidir en sus críticas al gobierno de Rafael Correa tanto en reportajes como en libros.
Tras conocerse su nombre como reemplazante de Villavicencio, el correísmo intentó -sin éxito- impugnar su candidatura.
En las elecciones del 20 de agosto, Zurita obtuvo el tercer lugar con más del 16% de los votos.
Aunque la alianza política que lo candidateó (Gente Buena-Construye) no estará en la segunda vuelta presidencial del 15 de octubre, este movimiento se convirtió en el segundo bloque con más representación en la próxima Asamblea Nacional.
Pero Zurita aún no sabe si liderará este proyecto político.
En esta entrevista con BBC Mundo habló de lo que le tocó atravesar después del peor asesinato político en Ecuador en décadas y de la situación de inseguridad en un país donde hay regiones donde no manda el Estado sino el crimen organizado.
¿Ha tenido tiempo en procesar todo lo que le pasó en los últimos 15 días de su vida?
En el caso de de los hechos brutales que terminaron con la vida de Fernando, sí, en parte.
En los hechos que he tenido que asumir, aún no, es muy difícil.
Era una decisión que debía tomar, pero que en verdad no me la esperé.
El día en que llegó todo un grupo -y recibí una gran cantidad de llamadas- para decirme que debía asumir (la candidatura), mi primera percepción fue totalmente de asombro.
Les dije: "¿Qué les sucede, qué les pasa? ¿Por qué yo?".
Y me dieron una serie de explicaciones que eran todos los antecedentes de mi relación con Fernando: ambos fuimos perseguidos, ambos constituimos portales de noticias poderosos, ambos terminamos trabajando juntos y teníamos una relación de hermandad profunda.
Y acepté por una condición de lealtad, no fue una decisión política, fue una decisión muy personal.
Fernando había sido asesinado y si alguien no hubiese aceptado la candidatura, lo más probable es que -en este momento- todo lo que él trabajó, pensó, constituyó con mucha fuerza se hubiese perdido.
Hubiese sido en verdad silenciado.
¿Y cómo fue esa campaña en la que usted participó entre chalecos antibalas e impugnaciones?
A ver, Fernando muere el 9. Yo empecé a tener seguridad por parte del Estado a partir del del 12 de agosto, cuando se entendió que yo también podía ser un blanco.
Y, a partir del 13 de agosto, esta cápsula de seguridad -que se mantiene hasta hoy- se convirtió en muy poderosa, cuando ya acepté la candidatura y fui a inscribirme al Consejo Nacional Electoral.
Ahí fue cuando traté de participar en el debate presidencial, al que no tenía posibilidades de asistir, aunque tenía que hacer mi mayor esfuerzo por estar presente, aunque sea de oyente.
Queríamos que en el debate haya, al menos, una presencia simbólica del candidato asesinado, en la medida en que las preguntas que se hacían a cada uno de los candidatos sean hechas también a quien ya no estaba, para que se evidenciara la ausencia y el magnicidio cometido.
Sin embargo, eso pasó desapercibido. Fue como si, simplemente, él no asistiera. Un minuto de silencio y el tema se acabó.
Fue un segundo silenciamiento, un segundo asesinato de quien había sido brutalmente terminado pocos días atrás.
Esta falta de empatía, y de entendimiento en lo más profundo de lo político, es una de las razones por las cuales esta candidatura no terminó de cuajar.
Primero porque hubo un silenciamiento y luego por las propias impugnaciones que yo debía esperar, a pesar de ser una elección atípica y a pesar de que habían matado al candidato.
Entonces, antes del cierre, tuve, en teoría, apenas un día para hacer campaña y lo poco que se pudo hacer es pasar spots de lo que había hecho Fernando.
Es decir, nunca se pudo dar a conocer para el país que existía un sucesor que podía efectivamente capitalizar los votos que Fernando Villavicencio había constituido y logrado en una campaña, sobre todo basada en en la visita al territorio.
Usted ha dicho en estos días que a Fernando Villavicencio lo mataron porque iba a ganar la elección, pero los números que arrojan las encuestas previas no lo daban como uno de los favoritos para llegar a segunda vuelta
La encuesta que nosotros teníamos para establecer nuestra estrategia final decía que había un empate técnico entre tres segundos, y que el primer segundo era Fernando.
Y el debate era fundamental para terminar de asegurar los votos que aún eran inciertos en la franja en la cual ideológicamente Fernando se reconocía, que es del centro hacia la derecha.
Por eso ya se había previsto que él se quede esos días haciendo básicamente una campaña algo más ligera en Quito.
Entendimos que el debate era preponderante y teníamos todo para decir que Fernando iba a pasar a la segunda vuelta, con sobra de merecimientos, porque era un ser muy disruptivo.
Tenía una memoria prodigiosa y una gran capacidad de establecer relaciones; en un debate público en vivo era un pez en el agua.
Sabíamos que lo iba a hacer maravillosamente.
Entonces, el momento en que lo mataron fue justo. Pensaron que estábamos acabados.
Dejamos de ser una amenaza.
Cuando todo esto se reconfigura y empieza a tomar fuerza un reemplazo, volvemos a ser una amenaza; por eso he tenido que extremar todas las condiciones de seguridad.
Al hacerse pública mi candidatura y en el cierre de campaña recibí amenazas y esa es una de las razones por las que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos emitió medidas cautelares inmediatas para que el Estado mantenga no solo a mi favor, sino en buena parte del equipo, un dispositivo de seguridad que efectivamente nos permita seguir trabajando.
Cuando se habla del asesinato de Fernando Villavicencio se lo atribuye a la delincuencia organizada y a las mafias políticas. Pero estas son atribuciones, en general, muy abstractas. ¿Cuál es su percepción de los responsables de este crimen?
Bueno, el tema con Fernando es que nunca tuvo miedo a decir lo que pensaba cuando él hablaba de las mafias políticas.
Él ya había dado los nombres de todos quienes estaban involucrados en hechos que los beneficiaban económicamente, sea por negocios generados por el Estado o por beneficios establecidos por el narcotráfico.
Quien quiera identificar a quién se refería él por mafia política, pues están allí su enorme producción y su gran cantidad de declaraciones que dio como asambleísta.
Así que, desde el punto de vista periodístico, es muy fácil identificar a quién se refiere él como mafia política.
Desde el punto de vista político ya es más difícil, porque la brutalidad con la que han actuado ha generado unas condiciones de censura, no solo dentro de esta corriente política que él representó, sino también para todo el resto.
En lo judicial esto tiene su camino, en lo político veremos si hay la voluntad de crear una comisión que investigue el asesinato de Fernando.
Creo que más allá de seguir el mismo camino que hace la Justicia, desde lo público se puede abrir un abanico de espacios donde él identificó relaciones de los grupos narcodelictivos con aquellos que tienen poder económico.
El movimiento político que promovió la candidatura primero de Villavicencio y después de usted ya ha dicho que ahora en la Asamblea va a pedir que políticamente se investigue este crimen. Ustedes tienen en este momento el segundo bloque mayoritario. ¿Esa va a ser la primera medida a tomar?
Bueno, todavía me suena un poco raro el “ustedes”, no me siento parte de nada y no he evaluado todavía mi posición, aunque básicamente creo que en el movimiento dan todos por sobreentendido que yo lideraré el proyecto político.
Pero es verdad que hay que crear una comisión interpartidista que investigue este caso y para eso se necesita gran cantidad de votos, por lo tanto, hay que establecer acuerdos parlamentarios con las fuerzas que efectivamente tengan interés de continuar con esto.
Yo creo es fundamental saber qué pasó porque un crimen de este calibre no se había dado en mucho tiempo.
Si simplemente lo silenciamos, estaríamos entrando en un rumbo en el que no debe entrar la democracia ecuatoriana.
Hay que ser un esfuerzo por dejar, desde lo político, una real evidencia de que podemos luchar contra las brutalidades y tiranías de los grupos violentos, que se manejan tanto desde la política como desde el narcotráfico.
Pero yo sí estoy seguro que un jefe de gatilleros de una banda, por más grande y poderosa que sea, no tiene el poder político para decidir un crimen de este tipo.
¿Es Ecuador un narcoestado?
Sí está tomada una parte de su territorio por el narcoestado, donde efectivamente ellos ejercen de manera violenta, una condición de soberanía.
Pero eso no significa que el Estado en sí, por completo, se encuentre tomado o atomizado bajo las condiciones del narcotráfico.
Existen territorios, sobre todo en la costa ecuatoriana, donde ellos efectivamente pueden tener el control sobre fiscales y jueces a base de violencia, es decir, no tienen ni siquiera que pagar para que suelten a uno de sus miembros, aliados o colaboradores.
Simplemente tienen que ejercer la fuerza para someter a un juez, conociendo que puede ser asesinado él o su familia.
Ahí existen condiciones muy claras que las vemos todos los días y nos sentimos impotentes, porque el Estado no tiene capacidad de controlar o ejercer su voluntad a través de la ley y el orden.
Ahora, ¿quiénes son estos grupos? No son pequeños. Son grandes grupos.
No menos de un millón de personas en el Ecuador deben estar ligadas a esta economía de la criminalidad, que es sobre todo informal, y que atraviesan unas líneas que se han vuelto violentas, como la extorsión a pequeños y medianos comercios o el secuestro de cualquier tipo de persona que tiene un ingreso medio.
También existen zonas del Ecuador donde no pasa absolutamente nada de esto. Si nos situamos en la Sierra Norte o en la Sierra Sur, en el callejón interandino, esto no es un problema. Ni en la Amazonía.
Pero la mayor población de Ecuador está en la costa y está enfrentando estos hechos brutales sin tener la capacidad real de combatirlos.
Entonces, la respuesta a su pregunta sobre si Ecuador es un narcoestado, yo diría a medias…
Pero si la pregunta tiene que ser determinante, entonces respondo que sí, que es un narcoestado, y tenemos que reconocernos dentro de esta compleja realidad que atravesamos, que es por demás nueva.
No sabemos cómo llegamos tan rápido hasta este punto, pero hay profundas explicaciones que tienen muchos años.
El próximo presidente de la República tiene básicamente dos tareas: enfrentar a las mafias, a los grupos de delincuencia organizada, y enfrentar el fenómeno del Niño.
Todo esto en un estado de déficit, con un presupuesto candado, es decir, que no se puede modificar.
Pero siempre tuvimos claro que, si existen acuerdos parlamentarios para sacar adelante los proyectos necesarios, el Ejecutivo como tal tiene las suficientes fortalezas como para trabajar en lo que el país requiere.
¿Va a volver al periodismo alguna vez o ha llegado a la política para quedarse?
No tengo esa respuesta.
Tengo ciclos que cerrar. Yo he sido periodista 30 años.
Tenía un gran y último proyecto para este año que tiene que materializarse muy pronto porque está listo, que es un libro a profundidad sobre las relaciones de la deuda externa de Ecuador con China.
Espero llegar a publicar este libro y desde allí tomaré decisiones.
Siempre he vivido en una condición por demás libre. No me gusta vivir con una guardia de seguridad, estar acudiendo a lugares en los cuales los policías primero tienen que entrar a ver si son seguros.
Mi vida ha cambiado radicalmente. Y dudo que pueda tener la vida que tuve antes.
Es un camino que ya prácticamente parece imposible de volver. O sea, lo caminado está hecho.
Por las propias condiciones de seguridad debería ausentarme un tiempo del Ecuador, porque son muy serias y graves.
Tengo que poner primero que todo la seguridad de mi familia que se encuentra en este momento totalmente dispersa.
Y, pues luego de un tiempo determinaré efectivamente qué debo hacer.
Crédito: Matías Zibell - BBC News Mundo
Suscríbete a nuestro canal de YouTube y activa las notificaciones, o bien, síguenos en las redes sociales: Facebook, Twitter, Instagram, TikTok, Threads.
Comentários